Liturgia, manuscritos y poder en la Edad Mediaestudio de los pontificales conservados en el antiguo Reino de León y Castilla
- López-Mayán Navarrete, Mercedes
- José Luis Senra Gabriel y Galán Director/a
- María Dolores Fraga Sampedro Codirector/a
- Patricia Stirnemann Codirector/a
Universidad de defensa: Universidade de Santiago de Compostela
Fecha de defensa: 20 de junio de 2013
- Alejandro García Avilés Presidente
- José Miguel Andrade Cernadas Secretario/a
- Fernando López Alsina Vocal
- Francesca Manzari Vocal
- María Victoria Herráez Ortega Vocal
Tipo: Tesis
Resumen
Desde el momento de su nacimiento a mediados del siglo X en el monasterio de Saint-Alban de Maguncia, los pontificales fueron concebidos como el instrumento que debía facilitar el desarrollo de la liturgia episcopal, hasta entonces dispersa entre los libri sacramentorum y los ordines, que contenían las oraciones y las indicaciones sobre la ejecución de los distintos ritos. De esta manera el volumen resultante, el llamado pontifical romano-germánico, contribuía a uniformizar los usos y reforzar la autoridad de los obispos en sus diócesis y se convertía, así, en unos de los instrumentos principales de la renovatio Imperii otoniana y del proyecto de Otón I (962-973) de vincular a los prelados con el poder imperial. Ahora bien, pese a haberse elaborado en un contexto tan concreto, su evidente utilidad y la inexistencia de una tradición litúrgica propiamente episcopal en Roma provocaron que este texto se aceptara con rapidez en el centro de la cristiandad. A partir de entonces, se consolidó el papel de los pontificales como los libros propios de la liturgia celebrada por los obispos, es decir, como los volúmenes que contenían los textos necesarios en aquellos ritos que solo los prelados podían llevar a cabo. Paralelamente, el papado asumió la iniciativa de reformarlos progresivamente, eliminando los elementos galicanos y adaptándolos a la eclesiología imperante en cada momento; el resultado fue la formación de diversas familias que coexistieron en los siglos bajomedievales y que M. Andrieu bautizó como pontifical romano del siglo XII, pontifical de la Curia romana del siglo XIII y pontifical de Guillermo Durando, elaborado en 1295 por este canonista de renombre, obispo de Mende (1293-1295). El último hito destacable se produjo en tiempos de Inocencio VIII (1484-1492), bajo cuya iniciativa se reformó la versión de Durando y se confeccionó el texto que se imprimió por primera vez en 1485. El por ello llamado pontifical romano de 1485 comenzó a difundirse por todo el Occidente hasta que, en 1596, Clemente VIII (1592-1605) lo convirtió en el único texto válido y obligatorio de pontifical, alcanzándose entonces, realmente, la unidad de la liturgia episcopal en toda la Europa católica. La historia de los pontificales es, por tanto, bien conocida en sus grandes líneas de evolución gracias a los estudios clásicos citados, a la aportación fundamental del liturgista V. Leroquais y a investigaciones más recientes que han abordado su análisis desde el punto de vista de su iluminación, en tanto que objetos artísticos, y en lo relativo a su circulación y uso. Todos estos trabajos han contribuido a poner de relieve la complejidad y, al mismo tiempo, la riqueza de estos libros como fuente de conocimiento histórico en el sentido más amplio del término. En tanto que manuscritos que se encargaban ante unas necesidades concretas, su estudio nos permite conocer las características formales de la producción desarrollada en un determinado contexto o por un determinado taller y nos aproxima, además, a los mecanismos de abastecimiento, circulación y apropiación de libros en torno a las sedes episcopales. Como obras litúrgicas, constituyen un testimonio de los usos existentes en una determinada diócesis en un momento dado o, al menos, de los que se consideraban correctos o se querían publicitar. Y por sus aparatos decorativos, más o menos desarrollados, son un observatorio privilegiado no solo de los rasgos estilísticos e iconográficos presentes en sus miniaturas, sino también, más allá, de las relaciones entre texto e imagen y del proceso de instrumentalización de ésta por parte de la élite eclesiástica. En última instancia, todas estas cuestiones se entremezclan en los pontificales, presentándolos como manuscritos en los que es permanente la tensión entre su finalidad práctica y su dimensión ideológica: al igual que otros libros litúrgicos, estaban puestos al servicio de la celebración religiosa y, por tanto, se producían ¿al menos, a priori¿ ante unas determinadas necesidades, a las que se adaptaban. Pero, al mismo tiempo, el hecho de estar destinados ¿también a priori¿ a la más alta jerarquía de la Iglesia, los obispos, les confirió un valor diferente del poseído por otros libros litúrgicos, ya que, gracias a su uso público en la liturgia, eran susceptibles de ser empleados como mecanismos de legitimación y ostentación del poder económico e ideológico, el mecenazgo artístico y las inquietudes culturales profesados por uno de los más influyentes actores de las sociedades medievales. Y, en este sentido, más allá de las grandes líneas de evolución definidas por la historiografía clásica siguen existiendo numerosos interrogantes que solo se pueden responder desde el análisis detallado de cada uno de los ejemplares que han sobrevivido hasta nuestros días. Significativamente, este fértil campo de estudio, en el que confluyen la liturgia, la producción manuscrita y los sistemas de poder del medioevo, nunca antes había sido transitado por la historiografía española. Es cierto que en los últimos años se han producido avances notables en el conocimiento de los manuscritos castellanos del medioevo, tanto en lo relativo a su materialidad y a los mecanismos de producción, como en lo que se refiere a sus aparatos decorativos; es más, desde este punto de vista, algunos de los pontificales más lujosos que conservamos ¿realizados todos ellos en la segunda mitad del siglo XV¿ han llamado la atención de diversos historiadores del arte, que los han empleado como testimonios de las características formales y las inercias de taller presentes en la miniatura castellana del Cuatrocientos. Pero, pese a ello, nunca antes se habían examinado de manera global todos los pontificales conservados en el territorio de la antigua Castilla. En consecuencia, no existía hasta la fecha ningún estudio de sus aparatos decorativos desde el punto de vista iconográfico, ni de su contenido litúrgico, ni de sus rasgos materiales, ni de sus condiciones de producción, uso y circulación; en definitiva, carecíamos de una historia de los pontificales castellanos que pudiera matizar y desarrollar las vagas afirmaciones que sobre la realidad hispana encontramos en la historiografía extranjera. Esta situación fue la que nos decidió a realizar esta tesis con la intención de conocer y comprender las características y el significado de los pontificales castellanos en el Occidente medieval y, por esta vía, rescatar del olvido historiográfico una parte significativa del riquísimo patrimonio bibliográfico español, que, pese a los progresos producidos en los últimos años, todavía adolece de un gran desconocimiento. Este objetivo principal se concreta en tres grandes interrogantes, relativos a otros tantos aspectos que confluyen inextricablemente en estos libros: su contenido, su forma y su significado. Así, nos preguntamos: a) cómo era la liturgia episcopal existente en Castilla en los siglos medievales y cuál fue su evolución, lo que, en última instancia, remite al interrogante de cómo se produjo la transición del rito hispánico al romano en el entorno de las catedrales; b) cuál es la historia de la ilustración de este tipo de libros en Castilla, es decir, qué desarrollo alcanzaron los aparatos decorativos en estos manuscritos, qué rasgos presentan, cuál es su significado y hasta qué punto traslucen el influjo de los ciclos de imágenes creados más allá de los Pirineos; y c) qué papel desempeñaron los pontificales castellanos no solo como instrumentos litúrgicos, sino también con relación a las estrategias de poder desplegadas por la más alta jerarquía eclesiástica, esto es, cuál fue la importancia y el significado que adquirieron estos peculiares manuscritos vinculados a las cabezas visibles de las distintas sedes episcopales de Castilla. Desde el primer momento se impuso la obviedad de que no era posible responder a estas cuestiones si desconocíamos cuántos pontificales se conservaban, dónde y cuándo se habían realizado, quiénes habían sido sus destinatarios, etc. Como se ha indicado, tales datos no existían en la historiografía porque nunca se había abordado el estudio de estos manuscritos. Tan solo disponíamos, como punto de partida, de la información recogida en los catálogos elaborados por J. Janini y otros autores en los años sesenta y setenta; pero, en lo relativo a los pontificales, dicha información era muy escasa, con dataciones y atribuciones geográficas tremendamente vagas, cuando no erróneas, y, por tanto, inservibles, y con sucintas descripciones de sus aparatos decorativos, que no pasaban de meras alusiones al tipo de iniciales ¿iluminadas o de filigrana¿ y, en el mejor de los casos, a las escenas representadas en su interior. Esta situación nos obligó a desplegar tres objetivos previos e imprescindibles para poder responder a nuestros interrogantes. El primero fue establecer cuántos pontificales se conservan en los archivos y bibliotecas españoles, para lo cual realizamos una búsqueda sistemática en los repertorios bibliográficos, catálogos e inventarios publicados. El resultado fue la formación de una primera base de datos integrada por ciento cuarenta y dos códices custodiados a lo largo de toda la geografía española; pero ante la imposibilidad objetiva de analizarlos todos hubimos de fijar unos criterios de selección que permitieran formar un corpus coherente, útil a nuestro objetivo y asequible. Dichos criterios fueron el archivístico-topográfico, el cronológico y el de contenido, y su resultado fue la definición de un corpus integrado por cincuenta pontificales medievales de liturgia romana conservados en el territorio del antiguo Reino de León y Castilla. El segundo objetivo previo y necesario para comprender el significado y la función de los pontificales castellanos era estudiar en detalle cada uno de esos cincuenta manuscritos con la intención de saber dónde y cuándo se realizaron, por iniciativa de quién y en qué circunstancias, quién o quiénes los copiaron e iluminaron, cuál es su contenido y si se empleó de manera efectiva en la liturgia, cuáles fueron sus trayectorias posteriores, por qué en la actualidad los conservan tales o cuales instituciones, etc. Dicho objetivo nacía de la premisa obvia de que solo podían emplearse como fuentes de información fiables aquellos ejemplares que hubieran sido datados con la mayor precisión posible y para los que conociéramos, por tanto, las circunstancias que habían motivado su confección. Para alcanzar tal información desarrollamos una metodología de análisis multidisciplinar, que nos permitiera tomar en consideración todos los indicios presentes en cada uno de los códices. Así, siguiendo los dos métodos de datación propuestos por V. Leroquais ¿histórico y paleográfico¿ y añadiendo un tercero ¿el estilístico-iconográfico¿, estudiamos su materialidad, su texto, su decoración, su encuadernación, sus armas, las anotaciones posteriores y todos los elementos que pudieran ser relevantes. El resultado fue la elaboración de un minucioso catálogo, que constituye el segundo bloque de nuestra tesis. En tercer lugar, a medida que avanzamos en este análisis se puso de relieve otra cuestión fundamental: de los cincuenta manuscritos de nuestro corpus, veintidós no habían sido realizados en Castilla y, con la excepción de unos pocos encargados a talleres extranjeros por prelados hispanos, tampoco se emplearon en territorio castellano durante los siglos medievales. Ello implicaba que la mayor parte de estos códices foráneos no nos servían para responder a las preguntas que nos habíamos planteado sobre la realidad de Castilla. Y, sin embargo, eran sumamente interesantes porque nos aproximaban a las características de este tipo de libros en otros contextos europeos y, en consecuencia, nos ofrecían una referencia con la que poder comparar los volúmenes castellanos. Además, nos acercaban a otro aspecto muy importante: la circulación de los códices con posterioridad al medioevo y los procesos de formación y evolución de las bibliotecas y colecciones particulares que, desde el siglo XVI, garantizaron su supervivencia hasta nuestros días. Por eso los mantuvimos en nuestro corpus, planteando un tercer y último objetivo: el examen de los pontificales foráneos ¿franceses, italianos y aragoneses¿ en relación con los ejemplares similares conservados en bibliotecas y archivos de sus países o regiones de origen. A la postre, este esfuerzo se ha mostrado enormemente fructífero porque nos ha permitido identificar numerosos pontificales similares a otros actualmente conservados en bibliotecas francesas o italianas y ya analizados por los estudiosos, lo que ha enriquecido nuestro conocimiento de la liturgia episcopal y la producción e iluminación de manuscritos en el conjunto del Occidente medieval. En coherencia con estos objetivos y con la metodología de análisis empleada y teniendo en cuenta las peculiaridades del corpus de pontificales, hemos organizado la tesis en dos grandes bloques, precedidos de una introducción en la que presentamos el concepto mismo de pontifical, su historia y su historiografía ¿tanto dentro como fuera de España¿, así como los objetivos, la metodología y la estructura de nuestro trabajo. El primero se titula ¿Liturgia, manuscritos y poder en la Edad Media¿ y en él trazamos un panorama global de las características, uso y evolución de los pontificales castellanos a lo largo de los siglos medievales y también de los foráneos. Para ello utilizamos la información obtenida del análisis individual de los manuscritos y la distribuimos en grupos geográfica y/o cronológicamente significativos, profundizando en el conocimiento de los denominadores comunes que presentan los ejemplares de cada contexto espacial y temporal representado en nuestro corpus. El segundo gran bloque es el catálogo, constituido por las fichas de los cincuenta pontificales estudiados y, por tanto, destinado a dar a conocer las características de cada uno de ellos y los argumentos que han permitido determinar su origen, cronología, uso, destinatario, trayectoria, etc. A tal efecto, hemos desarrollado un modelo de ficha en el que, además de una breve indicación de su contenido en latín, su lugar y fecha de producción y su signatura actual, examinamos minuciosamente la materialidad de cada códice ¿soporte, número de folios, foliación, dimensiones, cuadernos, reclamos, escritura, encuadernación, etc.¿, transcribimos su contenido a través de los íncipits y éxplicits de los distintos ordines y describimos las características de sus programas decorativos para, en definitiva, realizar un detallado comentario sobre la historia de cada ejemplar y presentar su trayectoria y las vicisitudes sufridas desde el medioevo hasta la actualidad. Tanto en uno como en otro bloque el orden en que se presentan los manuscritos es el resultado de la información que obtuvimos de su estudio, con lo que la estructura de la tesis refleja y permite comprender plenamente las características de nuestro corpus, su amplitud, su riqueza y su complejidad. No en vano, éste se compone de un primer grupo de pontificales castellanos, es decir, confeccionados y empleados en Castilla en los siglos medievales, y de un segundo conformado por veintidós ejemplares foráneos, de los cuales nueve se produjeron en distintas localidades francesas, notablemente Aviñón, once fueron elaborados en Italia, siendo Roma y el entorno de la Curia el foco mejor representado con siete manuscritos, y solo dos son originarios de sendas sedes pertenecientes a la Corona de Aragón, Girona y Tarazona. Junto a su vasta difusión espacial, los manuscritos estudiados presentan también una importante heterogeneidad cronológica: el límite anterior se sitúa a finales del siglo XI, paralelamente al inicio de la romanización de la liturgia peninsular, y el posterior, a comienzos del XVI, coincidiendo con la introducción en Castilla de la familia romana de 1485 y con la incipiente difusión de los ejemplares impresos. Entre ambos extremos, son los siglos XIV y XV los que están mejor representados, tanto en el caso castellano como en el foráneo, mientras que los códices de las dos centurias precedentes son muchos menos y se localizan mayoritariamente bien en Toledo, bien en Roma, lo que, sin duda, se relaciona con la importancia eclesiástica de ambos centros. Y, por último, como consecuencia lógica de esta gran diversidad de orígenes geográficos y de cronologías, nuestro corpus de pontificales se caracteriza también por la variedad y heterogeneidad de sus contenidos, de sus rasgos formales y de sus aparatos decorativos. Así, están presentes todas las familias romanas conocidas y, junto a ellas, abundan los elementos de carácter local, resultando unos manuscritos que, desde el punto de vista de su texto, son esencialmente eclécticos y están, ante todo, adaptados a las necesidades concretas de los eclesiásticos que los encargaron. En lo que se refiere a su ornamentación, se observa un predominio absoluto de los ejemplares decorados frente a los que apenas poseen algunas mayúsculas destacadas; ahora bien, en todos los casos se privilegian las iniciales sobre la iluminación a página completa y, aún dentro de aquéllas, las letras decoradas más frecuentes son las de filigrana, características de los manuscritos góticos. Por el contrario, es escasa la incidencia de las iniciales historiadas en las que se representa al obispo llevando a cabo diversos rituales; de hecho, este ciclo iconográfico peculiar solo aparece en los volúmenes confeccionados en Roma, el lugar en que se creó, o en Aviñón, pero su influjo fue muy reducido en Castilla y se limitó a los ejemplares de la segunda mitad del siglo XV. A la luz de esta sucinta información se puede comprender fácilmente que la aproximación a la historia de los pontificales conservados en Castilla ha sido compleja y, a la vez, enormemente enriquecedora. Por ello resultaría imposible resumir en unas pocas líneas la gran cantidad de hallazgos a que nos han conducido el análisis de cada ejemplar y su puesta en relación con los manuscritos coetáneos, tanto procedentes de Castilla como confeccionados allende los Pirineos. No obstante, de manera general, sí podemos presentar tres grandes conclusiones. La primera es que, frente a la tradicional imagen de aislamiento y retraso de Castilla en la recepción de las novedades foráneas ¿consecuencia de que no se conociera la liturgia romana hasta finales del siglo XI¿, los pontificales estudiados muestran que la Iglesia castellano-leonesa estuvo estrechamente vinculada con la Corte papal en sus distintas épocas y conoció las novedades litúrgicas al tiempo que otras regiones del Occidente cristiano. Frente a lo que ocurrió en otros niveles eclesiásticos, más alejados de los ámbitos de influencia y control de la jerarquía, la liturgia episcopal castellana del medioevo fue plenamente romana; eso sí, la romanización no implicó la aceptación sin más de los textos pontificales emanados del papado, sino que éstos se sometieron a un profundo proceso de síntesis, selección y combinación con materiales locales de diversa naturaleza. La segunda gran conclusión de nuestro trabajo es que, frente a la impresión de que los pontificales debían presentar por norma aparatos decorativos muy suntuosos, vinculados como estaban a la más alta jerarquía eclesiástica, los ejemplares castellanos poseen en general una factura material sencilla. Y si ello no sorprende entre los manuscritos de los siglos XII y XIII, cuando en toda la cristiandad predominaban los pontificales sin grandes ornamentaciones, sí resulta llamativo a partir del Trescientos, momento en que se crearon las características iniciales historiadas de obispos, que, como hemos demostrado, apenas ejercieron ninguna influencia sobre los volúmenes producidos en Castilla. Tan solo encontramos ejemplos de estas iniciales en varios pontificales de la segunda mitad del Cuatrocientos, que, dotados de importantes programas decorativos, se nos presentan como manuscritos de aparato pertenecientes a algunos de los más poderosos prelados de la Iglesia castellana. Emparentados con la alta aristocracia, dotados de gran poder político y económico y depositarios de una cultura caballeresca pre-renacentista, estos eclesiásticos encargaron sus pontificales a los más reputados copistas e iluminadores del momento con la intención de desplegar un refinado universo material y artístico que tradujera visualmente su pertenencia a ese sector social. Solo en estas excepcionales ocasiones ¿y ésta es la tercera gran conclusión de nuestro estudio¿ es posible considerar que, más allá o, incluso, por encima de su dimensión litúrgica, los pontificales formaron parte de las estrategias de poder y legitimación desarrolladas por la más alta jerarquía eclesiástica. En el resto de los casos deben ser comprendidos fundamentalmente como objetos litúrgicos; y, aunque es cierto que la existencia de un ritual propio evidenciaba la especificidad y la superioridad de los obispos, en general ello no se tradujo en una mise en page o una decoración excepcional ni diferente de la que podían presentar otros libros litúrgicos coetáneos. La realización de esta tesis doctoral ha permitido constatar, en definitiva, que, lejos de apriorismos y de aproximaciones generales, los pontificales constituyen, por su forma, su contenido, su uso y su circulación, una realidad compleja, que únicamente se puede desentrañar a partir de cada uno de los manuscritos que han sobrevivido hasta nuestros días. Solo así ha sido posible reconstruir la historia castellana de los pontificales, inédita hasta la fecha, y solo así se podrá seguir profundizando en uno de los testimonios más enriquecedores que conservamos sobre las sociedades del Occidente medieval.